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martes, 17 de mayo de 2011

La raíz profunda del ciudadano

DIPUTADO DE ALDF: ADOLFO ORIVE BELLINGER.



Queremos penetrar hondo, hacia el interior del tema que se trata: de la ciudadanía; de sus raíces profundas.
Adolfo Orive


Hace décadas, Guillermo Bonfil Batalla —antropólogo mexicano— habló de un México profundo: de una civilización negada; de una crisis económica e intelectual; desempleo, desmotivación social y de los indígenas mesoamericanos. Ahora, el término que lo abarca todo es el de la ciudadanía profunda: una categoría socioeconómica, política y cultural negada por las instituciones que la ahogan y los sujetos que deciden desde esas instituciones.
Queremos penetrar hondo, hacia el interior del tema que se trata: de la ciudadanía; de sus raíces profundas, de lo que tiene grande en relación con la economía, con la política, con lo social y lo cultural. Queremos no detenernos en la superficie de la coyuntura periodística; pretendemos llegar a lo íntimo, a lo medular, a lo que se oculta a la simple vista. Porque un país que requiere de análisis no se puede tejer de nota en nota.
Desde hace más de dos mil años, los griegos nos enseñaron que ciudadano era aquel que se ocupaba con gusto de los asuntos públicos de su ciudad; ahora, su nación. Y asuntos públicos no solamente son aquellos que tienen que ver con lo político; porque lo público y lo político no son exclusividad del Estado, como pretende el pensamiento liberal ramplón. La economía también es asunto público, aunque la propiedad de las empresas sea privada: de su crecimiento depende la generación de empleo y el mejoramiento del nivel de vida de la gente. Por eso la economía es política; aunque los economistas y políticos neoliberales quieran blindar la economía de la política.
Lo social y cultural también son espacios públicos: la individualización extrema —promovida como valor por instituciones de educación privada y el duopolio televisivo— destruye el tejido social, las redes tradicionales de solidaridad y hasta la misma identidad nacional. Sólo con política y actividad pública los ciudadanos pueden revertir este proceso.  
Los problemas que aquejan profundamente a la ciudadanía tienen que ver, sí con el Estado, pero también con la economía, la educación, la cultura y todo lo que atañe al ser social que es un ciudadano. En México, desde hace más de tres décadas, se han construido instituciones para la democracia representativa, la economía de libre mercado, la educación privada, los medios de comunicación masiva e información, que día con día constriñen nuestro desarrollo como ciudadanos: empequeñecen nuestras participaciones, las silencian y hasta nos clientelizan y nos hacen apáticos.  Impiden, de hecho, que desarrollemos nuestras capacidades para ejercer una ciudadanía plena que nos permita ocuparnos de los asuntos públicos, para que realmente podamos ser sujetos de la historia.   
Veamos la política. Las reformas del sistema político electoral,  iniciadas en 1977 y concluidas en 1996, crearon instituciones que definen una democracia representativa, sustentada en un sistema competitivo de partidos. Lo hicieron con la concepción acuñada por los primeros liberales, los de la Inglaterra del siglo XVII, que seguros de sus capacidades sólo requerían las libertades llamadas negativas, es decir, que el Estado no interviniera en el ejercicio de sus capacidades. 
Los políticos mexicanos olvidaron que —dada nuestra historia— la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país, no tenían las capacidades requeridas para ejercer su ciudadanía plena —alimentación, salud, educación e información suficientes, ni tampoco organización social autónoma— y, como resultado, tenemos ahora lo que Schumpeter llamó una competencia oligárquica de partidos. No tenemos una democracia, que quiere decir poder del pueblo. Tenemos una república oligárquica de partidos.   
En la economía llamada de libre mercado, la que rige nuestro país desde hace más de un cuarto de siglo, sucedió lo mismo. Los políticos y los grandes empresarios que se unieron para imponer el neoliberalismo, también supusieron que los centenares de miles de micro, pequeños y medianos empresarios —los que generaban 80% del empleo del país— tenían la capacidad innata de que,  una vez abiertas las fronteras a las mercancías y los capitales, podían salir airosos en la competencia global. El resultado ha sido su aniquilación y la reducción del mercado interno. Al margen de las grandes empresas nacionales y transnacionales, la existencia actual de centenares de miles de empresas consiste básicamente en su sobrevivencia a diferentes niveles de ingreso.  Escribir sobre  ciudadanía profunda, es también escribir sobre estos ciudadanos de la economía —emprendedores, técnicos y trabajadores—, a quienes las instituciones de los llamados mercados libres,  han reducido a su mínima expresión, dejando como únicos sujetos del destino económico de México a los muy pocos empresarios gigantes, es decir, a los dueños de los oligopolios de las diversas ramas de la economía. 
Y en lo social, las instituciones neoliberales —al privatizarse— están impidiendo que millones de jóvenes se puedan capacitar en una escuela o en el trabajo y, por lo tanto, se rompa el tejido social, la movilidad social y las expectativas sociales, dejándolos a disposición de la emigración y el crimen organizado; impidiendo, con todo esto, que puedan desarrollar plenamente su ciudadanía


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